viernes, 6 de abril de 2018

Literatura y bla bla bla



La lámpara maravillosa
Ramón del Valle-Inclán
Edición Facsímil
Alvarrellos. Santiago de Compostela, 2018.

A los clásicos hay que leerlos con la misma exigencia que a los contemporáneos. En realidad solo son clásicos, y no simple materia de erudición, cuando siguen siendo contemporáneos.
            La obra menos conocida y más enigmática de Valle-Inclán, La lámpara maravillosa, se ha reeditado facsímilarmente en sus dos ediciones, la primera de 1916, y la de 1922, que corregía algunos errores. Pocas veces tiene tanto sentido una edición de este tipo. La lámpara maravillosa iniciaba la serie de las obras completas de Valle-Inclán, que él denominó, “Opera omnia”, y que constituyen el más acabado ejemplo de la estética editorial modernista, con sus arcaizantes capitulares, sus viñetas y sus florituras. En 1916, ese amaneramiento tan fin de siglo estaba a punto de convertirse en algo de epigonal; en los años veinte, cuando aparecieron la mayoría de los tomos, era ya claramente “vintage” frente a la renovación tipográfica vanguardista y la elegancia minimalista juanramoniana.
            También lo era la estética simbolista que preconizaba Valle-Inclán, con su mezcolanza de elementos ocultistas, herméticos y teosóficos. La lámpara maravillosa cuenta con pasajes espléndidos, con esa musicalidad y esa magia propia del autor, pero entreverados con afirmaciones mistéricas propias de la pseudofilosofía y de la pseudociencia.
            A Valle-Inclán siempre le gustó la mixtificación, y sus entrevistas están llenas de afirmaciones epatantes, pero en este libro algunas de sus afirmaciones más llamativas y más confusas es posible que las hiciera en serio. A fin de cuentas, Yeats, Pessoa y otras de las mentes más brillantes de su tiempo también creyeron en las revelaciones de Hermes Trimegisto, los Rosacruces y Helena Blavatsky. Y Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, en los ectoplasmas del espiritismo.
            La primera edición de La lámpara maravillosa está dedicada a Joaquín Argamasilla de la Cerda, carlista como Valle-Inclán, aficionado como él a la parapsicología y descubridor de una nueva ciencia, la metasomoscopia o capacidad de ver a través de los cuerpos opacos. El caso Argamasilla, que involucró a un premio Nobel de Medicina, Charles Richet, y al famoso mago Houdini, armó considerable revuelo en los años veinte. Valle-Inclán fue uno de los que creyeron a pie juntillas, y siguieron creyendo después de que se desenmascarara públicamente, que el hijo adolescente de su amigo era capaz de leer mensajes escritos guardados en cajas de metal herméticamente cerradas. Hasta el doctor Negrín intervino en uno de esos famosos experimentos, que dejaban con la boca abierta a los científicos españoles –entre ellos, “doce profesores del Instituto Médico y Oftalmológico”– y cuyas falsedades descubrió de inmediato Houdini en una sesión celebrada en el Hotel Pennsylvania de Nueva York.
            “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”, escribió Hölderlin. Valle-Inclán es un dios como artista y un menesteroso teorizador. La lámpara maravillosa se salva por lo que tiene de fantasiosa autobiografía. “Cuando yo era niño –comienza la primera parte–, la gloria literaria y la gloria aventurera me tentaron por igual. Fue un momento lleno de voces oscuras, de un vasto rumor ardiente y místico, para el cual se hacía sonoro todo mi ser como un vasto caracol sonoro”. Seguimos leyendo embelesados por la música de esa prosa, tan de otro tiempo, pero que no ha perdido su capacidad de seducción. Otro ejemplo que sobresale en el barullo conceptual que sirve de argamasa, comienza con “recuerdo un caso de mi vida”: una visión de la Tierra de Salnés, cuando “el campo se entonaba de oro con la emoción de una antigua pintura”, tras fumarse su “pipa de cáñamo índico”.
            Hay muchos más pasajes admirables, como la evocación de Toledo y de Santiago, o el recuerdo de su Madrina –“yo conocí a una santa siendo niño”–, aunque en algunos casos no podamos dejar de sonreír ante el florido amaneramiento del estilo, que Valle-Inclán ya había dejado atrás cuando publicó este libro.
            Buena parte del interés de La lámpara maravillosa lo constituyen las ilustraciones de José Moya, otro personaje que lleva consigo su novela (de pintor favorecido por el rey Alfonso XIII paso a ser el favorito de la burguesía californiana), y que fueron realizadas de acuerdo con las indicaciones de Valle-Inclán.
            Una de las editoriales que ha rescatado La lampara marvillosa en su apariencia primigenia, La Felguera Editores, se presenta como “una sociedad secreta”; eso nos indica que el interés de este libro tiene más que ver con la moda de filosofías alternativas, parapsicología y otros embelecos de gran tirón popular que con lo estrictamente literario.
            El tiempo, tan respetuoso con la obra de Valle-Inclán, no lo ha sido demasiado con este ambicioso embeleco, una heterogénea miscelánea con apariencia de tratado hermético. Aunque se salvan algunos pasajes antológicos, el Valle-Inclán de La lámpara maravillosa tiene menos de clásico que de amarillenta curiosidad de época.
           

2 comentarios:

  1. Muy interesante. Leo de esa obra "Que sean tus emociones como los círculos abiertos por la piedra en el cristal del agua, y que en la última se contenga toda tu vida.”

    La época en la que se escribió creo que es lo que lo hace importante. Un saludo

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  2. Interesantísimo, como de costumbre. Yo objetaría lo de "Valle-Inclán es un dios como artista", que me parece imperdonablemente exagerado. "Puede llegar, en sus mejores momentos, a ser un dios como artista" lo sería menos.

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